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miércoles, 6 de enero de 2010

EGOISMO INTELIGENTE



Todas las caricias, todo estímulo sensual, para ser disfrutado, requiere una determinada actitud mental. Usualmente, cuando se habla de egoísmo en relación a la sexualidad, se hace referencia a un tipo de egoísmo, que se puede llamar “egoísmo tonto” o “egoísmo aislante”, es decir, aquel que consiste en no tener en cuenta para nada a la otra persona, sus necesidades o deseos. Con lo cual, es posible que esa persona se aleje de nosotros/as, y nos quedemos sin parejas con las que compartir buenos momentos. Es un tipo de “egoísmo poco inteligente”, porque nos aísla, y empobrece nuestro mundo relacional, erótico y humano.
Este tipo de egoísmo es obviamente el que convierte a las personas en eróticamente desconsideradas e, incluso, desagradables. En una relación de dos, sobra decir que ambos deben intentar complacerse y dejar un buen recuerdo en la otra persona, siendo considerados y consideradas, tiernos y tiernas (ellos y ellas, porque los hombres heterosexuales también desean mujeres consideradas y tiernas).


Egoísmo inteligente
Pero existe otro tipo de egoísmo muy necesario en la vida erótica. Es el egoísmo inteligente. En una relación hay que tener en cuenta a la otra persona, pero también es muy importante una cierta dosis de “egoísmo inteligente”, es decir, estar en la relación sexual pendiente de uno/a mismo/a, de nuestras sensaciones, de pensamientos eróticos… “metidos/as en nosotros/as mismos/as”, en pensamientos sensuales, y en el contacto erótico como requisito imprescindible para disfrutar de él.
No es conveniente estar continuamente pendientes del compañero/a, de lo que hace, de adivinar si se lo pasa bien o se aburre, de si tenemos pelos, michelines o “estamos demasiado gordos/as”, de si “lo hacemos bien o mal”, de si “nos excitamos lo suficiente” o no, pendientes de adivinar “lo que estará pensando el/la amante”, de “observarnos” desde fuera… porque todo esto dificulta e incluso impide disfrutar.


Los sucesos, acontecimientos y estímulos del mundo no influyen directamente en lo que sentimos y hacemos. Nuestra mente interpreta cada uno de estos sucesos, acontecimientos y estímulos y les da un significado, un valor, y en función de estos pensamientos que generemos sobre los acontecimientos del mundo y sobre nosotros/as mismos/as, nos sentiremos bien o mal, cómodos/as o incómodos/as, relajados/as o tensos/as, felices o infelices, excitados/as o fríos/as.
Los pensamientos sobre nosotros/as mismos/as y sobre lo que hacemos, pueden lograr una sensación de bienestar y agrado, o pueden generar tensión, ansiedad, y una especie de anestesia corporal: no sentimos lo que nos hacen, no sentimos lo que hacemos. No sentimos, incluso, nuestro cuerpo. Y por supuesto, no sentimos placer.
En ocasiones estamos demasiado pendientes de gustar, intentamos agradar a la pareja hasta tal extremo que nos olvidamos de nosotros/as mismos/as. Irónicamente, esto no resulta para nada erótico para la pareja. A todo el mundo le atrae una pareja que se relaja y disfruta de nuestras caricias, que se siente bien y es feliz cuando la tocamos. Y esto no implica necesariamente una erección, ni la lubricación vaginal, sino que simplemente implica ver que la otra persona lo está pasando bien, esta tranquilo/a y disfrutando.



Imaginemos que una persona está acariciando sensualmente la espalda de su pareja, delicadamente, lentamente, disfrutando cada rincón de su piel. Esta caricia ¿Hará sentir bien o mal a su pareja? ¿Le excitará o le resultará indiferente? Depende. Depende de lo que piense su pareja mientras recibe la caricia, de cómo la interprete, y de su mente está en “clave erótica” o no lo está.
No somos máquinas. El contacto con otro cuerpo desnudo no enciende automáticamente nuestro deseo o nuestra excitación, y a nadie se le puede exigir que se comporte como un interruptor, que se active al darle a un botón. Somos personas con emociones y pensamientos que influyen en cómo vivimos los estímulos que nos llegan: si nos resultan excitantes, si nos aburren, si nos causan ansiedad…


Los pensamientos negativos sobre uno/a mismo/a, la “presión” por lograr un estado de excitación (que por otra parte, no se exige ni se precisa para disfrutar de las caricias o de los estímulos sexuales), estar pendientes de la otra persona… dificultan la relajación, el bienestar, el placer. Para sentir placer no es preciso estar excitado/a.
Si, mientras su compañera o compañero lo acaricia, una persona está pensando cosas como las siguientes: “seguro que ya está cansado/a y aburrido/a de acariciarme. Además, mi espalda no es muy bonita. Por ejemplo, tengo unos pelos muy feos al final de la espalda, y seguro que los verá y pensará que son horribles. Y notará los michelines de mi cintura. Esto no me va a gustar. No sé qué hago haciendo esto. Seguro que está ya aburrido/a… por otra parte, no me noto excitado/a. Esto es inútil. Es imposible, no me excito. Debería excitarme, estar excitado/a ya. Mejor lo dejamos y me pongo a estudiar/trabajar que tengo mucho que hacer. Tengo que entregar un trabajo para mañana, por ejemplo, etc.”, es muy probable que, como consecuencia de estos pensamientos, la persona (sea hombre o mujer) se sienta incómoda, rara, insensible y nada excitada.
Y como consecuencia puede pensar que no le gustan las caricias. Pero el problema no son las caricias, es lo que piensa, el estado mental que tiene durante las caricias. Por ejemplo, en consulta sexológica es frecuente ver casos de hombres que van al encuentro erótico tan preocupados por el placer de su compañera, que no disfrutan. Frecuentemente la actividad erótica de estos hombres está dirigida en su integridad a “dar placer”, olvidándose de sí mismos y sus deseos. Tocan, acarician, besan a su compañera y la estimulan como quien toca una guitarra esperando producir una melodía. Y como consecuencia, no se excitan, porque no están centrados en sentir, sino en producir sensaciones en la otra persona.


También es frecuente ver en consulta a mujeres que nunca han pensado en sí mismas en los encuentros eróticos, ya que asocian el pedir o manifestar deseos con un egoísmo inaceptable (o piensan erróneamente que pedir hace que se “pierda la magia”). Dan mucho y piden poco o nada, con lo cual en muchos casos se divierten más bien poco. En otros casos esperan que él adivine lo que ella desea, lo cual por cierto no suele suceder.
Una cierta dosis de “egoísmo inteligente” implica no estar pendiente siempre de la otra persona, y ponerla siempre por delante de uno mismo o una misma. Es un juego a turnos, y cada cual puede tener un turno para dar placer, y otro para disfrutar.

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Ricardo.