Mi físico es el típico de las chicas de mi país: piel morena, cabello y ojos negros, con un rostro creo que bonito, de tersa piel y carnosos labios sensuales; mido un metro y sesenta y ocho centímetros, peso cincuenta y siete kilos y, modestia aparte, me considero bastante atractiva. Además, gracias a que todavía no he tenido hijos, al cuidado que observo en mi dieta y el mucho ejercicio físico que practico, puedo afirmar que mi cuerpo se conserva escultural, prieto y ágil como el de una adolescente.
Otras de mis características son mi fogoso temperamento y mi enorme e intenso gusto por el sexo. Admito que siento ansias y deseos de gozar de sus placeres prácticamente a todas horas. Pero tengo la enorme fortuna de que Jorge, que me ama con locura y es plenamente consciente de sus limitaciones y de mis necesidades sexuales, es un maridito comprensivo y complaciente, y no tiene inconveniente en permitirme satisfacer esas lujuriosas ansias recurriendo a otros hombres.
Al proponerme el matrimonio ya me aseguró que se daba perfecta cuenta de que iba a ser incapaz de satisfacer plenamente a un volcán de joven mujer como yo, y que ante la posibilidad de perderme prefería permitirme el acceso a otras vergas más jóvenes y vigorosas, capaces de colmar mis necesidades.
Por eso, desde poco después de casarnos, comenzamos a frecuentar saunas y clubs de intercambios, donde ante la atenta y excitada mirada de mi esposo he tenido sexo con muchos otros machos; y también a invitar hombres a venir a visitarme a nuestra casa, hombres que conocemos en lugares de ocio o contactados por Internet. La condición que siempre puso mi marido era que nunca debo tener más de un encuentro con un mismo hombre y que él tiene que aprobar de antemano y estar presente en esos encuentros sexuales, en muchos de los cuales también participa, excitado al ver como uno o varios desconocidos penetran sin miramientos y hacen gritar de placer a su mujercita.
Quizás en próximos relatos os cuente algunas de esas experiencias, que casi siempre han resultado tremendamente morbosas y placenteras, pero ahora, deseo hablaros de lo sucedido hace solo unos días en la sala de cine porno que hay aquí, en mi ciudad de residencia.
La fantasía de ir a uno de esos cines y provocar una loca orgía nació en mí un día mientras chateaba con Marcos, un informático español muy vicioso, también residente en esta ciudad, con quién suelo chatear por las mañanas, estando él en su trabajo, y con el que me he masturbado varias veces charlando por teléfono.
Ese día mi amigo Marcos me telefoneó desde su despacho y me contó que la tarde anterior había salido temprano de la oficina y al no tener nada que hacer y para matar el tiempo, se había metido en el viejo cine del centro que alberga dos salas X, el único que queda en esta ciudad y en toda la región. Me explicó que en la sala había más o menos una veintena de hombres, los cuales eran mayoritariamente de edad madura.
Comenzamos a comentar la situación y a fantasear juntos. Marcos sintió que sus explicaciones me excitaban y comenzó a provocarme abiertamente, confesándome que sentía su pene engordar y ponerse duro al imaginar acudir conmigo a ese cine.
Sin demora, esa misma tarde, sugerí la idea a Jorge el cual, a pesar de mostrar una primera reacción un tanto reacia, no tardó en consentir complacerme viendo lo muy excitada que me ponía imaginar esa aventura, excitación que ilustré chupándole el pene de esa manera que sé tanto le gusta; metiéndomelo entero en la boca hasta rozar con mis labios sus pelotas, las cuales amaso tiernamente con una mano mientras con la otra penetro y pajeo suavecito su ano con un dedito
Fue solo cuestión de dos minutos que afirmara acceder a mi caprichito, prometiendo acompañarme a ese cine al día siguiente al tiempo que gruñía de gusto como un animal y eyaculaba directamente en mi garganta.
El día siguiente lo pasé esperando que llegara la hora de poder por fin realizar mi fantasía. Estaba un poco nerviosa pero también muy excitada, tanto que me tuve que masturbar un par de veces con el más grande de mis vibradores, tumbada en la cama e imaginando ya tener para mí gozo exclusivo incontables pijas tiesas y desesperadas por penetrarme. También envié un mail a Marcos, con el cual no pude hablar por teléfono por encontrarse muy ocupado en su trabajo, diciéndole que esa misma tarde, sobre las ocho, acudiría al cine porno con mi esposo y que si él lo deseaba me encantaría que formara parte de los espectadores presentes y sobre todo de aquellos hombres que esperaba me gozarían en el local.
Llegadas las seis de la tarde me duché y comencé a prepararme, y en cuanto llegó mi esposo de trabajar salimos juntos para el cine. La tarde era calurosa y yo iba vestida solo con un ligero vestido veraniego verde de lino, bastante escotado y con falda por encima de la rodilla, un minúsculo tanguita blanco y sandalias de tacón igualmente blancas. La verdad es que iba bastante putita, como no cesó de asegurarme Jorge durante todo el trayecto, lanzando viciosas miradas hacia mis muslos los cuales, para comenzar a provocarlo, dejé desnudos al remangar la falda muy arriba y separar las piernas.
Tuvimos suerte y pudimos aparcar a escasos metros de la puerta del cine. Bajamos del coche y nos dirigimos, cogidos del brazo, directamente a la entrada del mismo. En la pantalla una bonita chica rubia postrada a cuatro patas estaba siendo profundamente penetrada por el ano por un musculoso y bien dotado muchacho, al tiempo que ante ella se encontraba otro joven, de color y aún mejor dotado, que arrodillado le introducía en la boca su imponente verga y acompañaba el movimiento de vaivén de su cabeza con la mano con la que la agarraba del pelo. La escena era muy excitante.
Me impactó comprobar que la mayoría de los espectadores se habían acercado y tomado asiento en la fila de detrás de la nuestra, que mantenían su mirada clavada en mí, e incluso como un par de ellos se estaban masturbando, mirándome a mi en vez de mirar la película, y no hacían nada por disimular sus penes erectos a mi vista.
Mi esposo, que también me observaba, se había sentado a mi derecha. Pronto un hombre de voluminoso cuerpo y canos cabellos vino a ocupar el sillón de mi izquierda. Nos saludó con un buenas tardes y vuelto hacia mí y con total descaro, comenzó a examinar mi cuerpo de arriba abajo al tiempo que con la palma de la mano se frotaba el bulto que obscenamente se marcaba en su entrepierna.
Entonces, a pesar de la cierta inquietud que la presencia de todos esos hombres excitados y casi desbocados me provocaba, comencé a sentir que me excitaba, que mi depilado chochito se humedecía y que de él comenzaba a irradiar hacia el resto de mi cuerpo ese calor tan característico de esos momentos en que el deseo brota y se desboca, como en una erupción, sin que sea posible hacer nada por retenerlo.
Noté la mano de Jorge acariciarme el muslo derecho con suavidad. Seguidamente, se me arrimó y tras besar con ternura mi mejilla, me dijo al oído: -Esto es lo querías, ¿no es así, putilla mía? Esta es tu fiesta tesoro, gózala.
Entonces su mano, al tiempo que me acariciaba, me iba subiendo la falda hasta acabar dejando mis morenos muslos desnudos. En seguida el hombre de mi izquierda posó una mano grande y rugosa sobre mi otro muslo y comenzó a sobarme también, al tiempo que desabrochaba la bragueta de su pantalón y dejaba brotar hacia fuera un pene gordo y medio erecto, con una impresionante bola oscura en su cima, pene que atrajo mi mirada y acabó de desatar en mí el vicioso e irrefrenable deseo de entregarme, de gozar, de ser poseída, de ser follada.
Miré a mí alrededor y vi como la mayoría de los hombres que nos rodeaban tenían las vergas desnudas y erectas, y todos se las tocaban, se masturbaban. Me sentí muy puta, puta como pocas veces en mi vida me he sentido, y dejándome llevar definitivamente por mis ansias de sexo, agarré la polla de mi vecino de asiento y comencé a pajeársela.
Noté como mi esposo se movía en su asiento. Miré hacia él y vi como se inclinaba hacia adelante, colocándose frente a mi y levantándome por completo la falda, dejándomela enrollada en la cintura. Seguidamente hizo deslizar los tirantes del vestido por mis hombros y desnudó mis pechos, en los cuales notaba una sensación casi dolorosa de lo intensamente duros y erectos que tenía los pezones.
Después, me bajó la braguita hasta los tobillos, separó mis muslos con sus manos, puso sus dedos sobre los mojados labios de mi vulva y comenzó a frotarme con ellos arriba y abajo, arrancándome así los primeros gemidos de placer. Entonces, confieso que para mi gran sorpresa, se dirigió al desconocido de mi izquierda, el cual tenía ya la tranca bien dura y tiesa gracias a las caricias de mi mano, y le sugirió, con estas mismas palabras, ¡comerle el coño a la puta de su mujer!
Oír a Jorge pronunciar esas palabras incrementó aún más si cabe mi excitación. El puto cabrón estaba gozando viendo a su mujer emputecida al extremo en ese cine, y el gordo de mi izquierda, que no se hizo de rogar, se precipitó entre mis piernas, hundió su repelente cabeza medio calva entre mis muslos y comenzó a propinarme furiosos lametones sobre el sexo.
De manera instintiva empujé hacia delante la cintura y levanté y separé los muslos un poco más, facilitándole así a la lengua del obeso el acceso a mi coñito. Tal era mi estado que en menos de un minuto me corrí por primera vez, intensamente, gimiendo y gritando sin retención, mientras el hombre, sin detenerse, seguía lamiendo y follando mi coño con su lengua. Al tipejo debió de gustarle mucho saborear los jugos de mi orgasmo ya que, mientras se cascaba una paja, siguió chupando y relamiendo mis labios vaginales y toda la vulva y el ano durante un par de minutos más. Yo comencé a pajear a mi esposo, que como los otros se había bajado el pantalón.
Noté como desde atrás varias manos venían a agarrar mis pechos sin miramientos y me sobaban las tetas y pellizcaban los pezones. Se oían comentarios obscenos, en casi todos de los cuales se me calificaba de sucia puta o de guarra viciosa. Uno de los hombres arrimó contra mi pelo la polla y eyaculó sobre él varias lanzadas de esperma, el cual noté caer goteando sobre mi hombro izquierdo y resbalar por mi espalda.
El gordo que seguía lamiendo mi coño y masturbándose, soltó un gruñido y comprendí que se había corrido. Pocos segundos después se incorporó penosamente y se retiró. Entonces comenzó un interminable desfile de machos en celo que acudían hacia mí con las pollas tiesas y a punto de estallar.
No sabría decir exactamente cuantas vergas fueron las que masturbé, las que chupé y sentí eyacular en mi boca. La cadencia era tal que apenas eyaculaba uno ya tenía al siguiente buscando con desesperación meter la polla en mi boca y follármela. Hubo alguno, entre los más jóvenes, que estando tan excitados eyacularon de manera inmediata y abundante nada más sentir mi mano agarrarles la pija y el roce de mis labios sobre su glande, provocando que las chorretadas de esperma que me propinaban inundaran mi boca y mi carita, y fueran cayendo chorreando sobre mis tetas y mi barriguita.
Mi marido mientras tanto me acariciaba el clítoris y masturbaba con sus dedos. Notándome de nuevo completamente empapada y cerca de un nuevo orgasmo, le dijo a uno de los hombres: -Fóllatela.
Tras unos torpes y fallidos intentos de penetrarme, debido a lo inadecuado de la postura y la falta de rigidez de su polla, el puto viejo enfurecido se incorporó y rabioso me agarró los tobillos con fuerza con sus manos, tiró de ellos hacia arriba y me levantó y abrió las piernas al máximo, las cuales fueron de inmediato agarradas y sobadas por otros hombres, manteniéndome en una a la vez humillante y excitante postura, con el coño hacia arriba y abierto, totalmente accesible a su pija. Esta vez el viejo no tuvo problema para meterme la polla y comenzar a follarme.
Primero en un lento vaivén abajo y arriba, empujando cada vez mas adentro de mi coño su pijota a medida que esta se iba endureciendo más y más, haciéndome sentir completamente llena y gozosa, y sintiéndome la más puta allí tumbada en aquella butaca, con la gorda tranca de un puto viejo asqueroso bombeándome el coño y recibiendo sobre la cara y el pecho las lanzadas de esperma de los hombres que se iban turnando para que los masturbara y mamara hasta correrse.
Rápidamente exploté en un nuevo orgasmo, a pesar del cual me mantuve en un estado de gran excitación puesto que seguía siendo follada sin tregua, Segundos después volví a gemir y a correrme como una perra al tiempo que el hombre entre gemidos también descargaba el contenido de sus arrugados huevos dentro de mis entrañas.
Aún temblaba de placer como consecuencia del orgasmo, sintiendo las gotas espesas de esperma salir de mi vulva y resbalar por mis muslos hasta el ya empapado y resbaladizo asiento cuando acudió frente a mí otro hombre, también mayor pero de mejor apariencia, el cual se bajó de un tirón el pantalón y colocó su polla erecta a pocos centímetros de mi boca.
-Cómemela, zorra. –Me ordenó. Yo le agarré el duro tronco venoso con una mano y comencé a propinarle chupetones en el inflamado glande. -Así no, puerca, ¡trágatela entera, hostias! –Me gritó como loco al tiempo que me agarraba el pelo de un puñado y empujaba con rabia su polla bien dentro de mi boca.
Sus maneras y su vigorosa verga me hicieron sentir de nuevo como la más arrastrada de las putas y animaron a aplicarme en mamarle la polla de la manera más viciosa y profunda que pudiera. Como los demás, no tardó mucho en gemir y sentir llegar el orgasmo pero esta vez, el muy cabrón, se desbocó por completo y se puso como loco:
-Trágatelo todo, puta, ¡trágatelo! –Me ordenó gruñendo furioso y hundiéndome con rabia la dura pija lo más profundamente que podía en la garganta.
Los segundos pasaban y el tipejo no se corría. Sentía que me ahogaba, que me faltaba el aire, y la polla de ese cabrón me obstruía por completo toda la garganta, me la desagarraba con sus brutales embestidas. Sentía un dolor intenso en las mandíbulas, como si estas fueran a desencajarse destrozadas. Notaba las lágrimas y los mocos brotar y resbalar por mi cara, mi cuerpo se agitaba con fuertes arcadas y oía mis propios gruñidos desesperados, con los que procuraba solicitar ayuda.
Pero nadie, ni siquiera mi esposo, me auxiliaron en ningún modo. Todos seguían utilizándome y gozando de mí, ignorando mi angustiosa situación. Sentía varias manos apretarme las tetas, algunos dedos pellizcar y hacer rodar mis pezones, y otros dedos, los de mi marido, que me follaban el coño en un rápido metisaca.
Por un segundo temí incluso morir cuando, de manera totalmente inesperada, experimenté el orgasmo más intenso y brutal de toda la noche. Mientras sentía los espasmos violentos de la polla que me ahogaba, de esa polla que tenía incrustada en mi garganta y que sentí eyacular chorros de semen directamente, creo, en mi estómago, una violenta oleada de placer emanó de mi sexo y anormalmente amplificada agitó mi cuerpo haciéndome casi perder el sentido de tanto placer, obligándome a lanzar un chillido que, imagino, apenas debió poder salir de mi garganta puesto que esta seguía llena con el ya menos voluminoso y duro pene que me la había follado segundos antes.
He podido gozar de muchos orgasmos intensos a lo largo de mi vida, pero creo que ninguno tan brutal e inolvidable como aquel.
Entonces Jorge se levantó de golpe de su asiento, ,me atrajo contra él e introdujo sin ningún decoro su erecta pija en mi boca. Estaba agotada y dolorida por la anterior follada que me habían hecho en la boca, pero quise hacerle una buena mamada que no pudiera olvidar en mucho tiempo, para agradecerle a mi maridito el ser un cornudo tan bueno y permitir a su esposa gozar de una tarde de sexo tan loca. Le agarré de un puñado la arrugada bolsa de sus huevos y comencé a follarlo intensamente con la boca, introduciéndome entera su polla en cada metida, sintiendo la gorda bola rosa de su glande venir a chocar contra el fondo de mi boca.
-Ay Marilú, mi cielo, ¡pero qué mamita reputa que eres! –Le oí exclamar segundos antes de lanzar un fuerte quejido y eyacular abundantemente, inundándome la boca con su esperma.
Mi esposo, agotado y gozoso, volvió a derrumbarse en su asiento y permaneció inmóvil, aún con la flácida verga colgando entre sus muslos, ahí tirado durante unos minutos. Mientras tanto otro hombre volvió a plantarse ante mis abiertas piernas pajeando su erecta polla, se colocó un preservativo (supongo que un poco asqueado ante el abundante esperma que inundaba mi coño y todo mi cuerpo) y me metió una última y furiosa follada que me hizo encadenar dos nuevos orgasmos y quedar definitivamente rendida y satisfecha.
Una vez se hubo retirado Jorge me agarró de un brazo y tirando de mí con autoridad me sacó del cine, evitando e ignorando los gruñidos y las protestas de algunos hombres que de nuevo, con las vergas erectas en la mano, pretendían volver a follarme. Tenía chorretadas de esperma por todo el cuerpo, mi vestido estaba completamente manchado y arrugado, había perdido las bragas y sentía el semen chorrear por mis muslos saliendo todavía de mi rajita. Salimos a la calle, ya era de noche, subimos al coche y volvimos directamente a casa.
La mañana siguiente encontré a Marcos conectado en el MSN. Me dijo que, por supuesto, había estado presente en el cine y gozado de mí junto con los otros hombres. Me aseguró haber disfrutado como un animal y haberse corrido dos veces, una en mi boca y la segunda follándome el chochito. Fue aquel último hombre, el que utilizó un preservativo y me proporcionó los dos últimos ricos orgasmos de la noche.
Para agradecerle su gentileza y el haber estado al origen de la tremenda experiencia que les he narrado, le he invitado a venir una tarde a visitarme a casa, para pasar por fin un rato juntos los dos solitos y tranquilos.
Ahora mi nueva fantasía es que mi esposo me lleve a un bar o club de alterne, vestida como una ramera callejera, y me venda a algunos de los hombres que buscan sexo con prostitutas. Es la situación que más me obsesiona en estos momentos y la que con más frecuencia imagino cuando me masturbo. Ya se la he comentado a Jorge y aunque nos da un poco de miedo meternos en esos ambientes, también nos provoca un morbo tremendo a ambos y deseamos poder realizarla pronto. ......
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